Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Pues una rama no puede producir fruto si la cortan de la vid, y ustedes tampoco pueden ser fructíferos a menos que permanezcan en mí.
Juan 15:4 (NTV)
Una de estas mañanas cuando salir a caminar como lo hago cada día, me encontré unas ramas con hojas secas. Eran tan hermosas que las recogí y continué mi caminata. Sí, me veía un poco extraña que hasta alguien se sonrió y me dijo “¿caminata con suvenir?”. Como saben, me gusta la decoración, y se me ocurrió encontrarles un espacio en casa, sin duda encontraría un lugar perfecto para ellas. Llegue a casa, las limpie y las acomode en un viejo botellón de vidrio ámbar que tenía en la mesita de entrada, quedaron perfectas para dar la bienvenida al otoño.
Al pasar los días, no solo me deleitaba en ver esas hojas secas, sino que me llevaron a reflexionar en lo que unas semanas antes había estado enseñando sobre Juan capitulo 15 a un grupo de mujeres. Esa preciosa parábola de la vid verdadera y de los pámpanos, que es tan clara, tan precisa, que no deja lugar para dudas y supuestos. Jesús es la vid verdadera, nuestro Padre es el labrador, el Gran Artesano y nosotros los pámpanos, unas simples ramas. Y lo que nos enseña es que debemos permanecer conectados a la vid para poder seguir con vida y dar fruto. Es esa conexión entre Jesús y yo, que hace que mi vida sea fructífera. Es al permanecer conectados a El, lo que permite que su “sabia” entre en mi vida y me de vida.
Esas ramas que traje a casa me recordaban lo imprescindible de permanecer conectada a la planta. Meditaba en lo fácil que es desconectarnos, caer al piso y transformarnos al pasar los días en una simple rama seca. Bella pero seca. Me preguntaba ¿Eso es lo que quiero para mi? ¿Una belleza seca, sin vida, una belleza externa, pero un vacío interno, belleza, pero desconexión con el Señor? Mi respuesta fue, simplemente no quiero eso para mí, quiero permanecer conectada a El, quiero tener vida y tenerla en abundancia. Quiero disfrutar cada día que Dios me regala.
Hay momentos que atravesaremos que serán como esa rama después de la tormenta, una rama caída y que a medida que van pasando los días sus hojas verdes y brillantes, se van tornando en colores ocres, y sin brillo. Puedo imaginar lo que estas pensando, “bueno quedan hermosas en ese florero”, sí hermosas solo para decoración, pero infructíferas y sin vida.
Cuando algo quiere separarnos de la vid, como el enojo, la tristeza, la ansiedad, las preocupaciones, nuestros deseos, o aún cuando atravesamos momentos difíciles, como una tormenta que viene con ímpetu, queremos asegurarnos de permanecer conectadas a El. Queremos permanecer en la vid verdadera. Es lo único que nos mantendrá con vida y no como unas ramas secas.